En este día del trabajo
se hace necesaria una seria reflexión de la realidad actual en nuestro país, en
el que las cifras son clamorosas acerca del fracaso de un sistema económico que
sólo en nuestra Región reconoce un desempleo
del 22% (que apenas ha logrado mejorarse en el último quinquenio), lo que
viene a dejar en la marginalidad de forma sistémica a casi una cuarta parte de
la población. Pero esto es aún más dramático, si lo unimos a los siguientes
datos:
·
El
12,6% de los trabajadores de nuestro país son pobres.
Su salario no les permite abandonar la situación de pobreza en la que viven.
·
Las víctimas
mortales por accidentes laborales ascendieron a 608 en 2015.
·
En nuestro mundo –según la OIT- 21 millones de personas son víctimas de
esclavitud laboral.
·
La desigualdad sigue aumentando en la
población mundial (el 1% más rico posee
más riqueza que el otro 99%). En España las 20 personas más ricas disponen
de tanto dinero como los 14 millones de personas más pobres.
Tal nivel de
injusticia no nos puede dejar indiferentes,
ni como ciudadanos, ni como cristianos. Parece evidente que el sistema económico-social
no es justo, y esa realidad la denunciamos con el fin de que se reflexione en
orden a las necesarias modificaciones que lo hagan más justo, humano y
solidario.
Denunciamos esa economía de
exclusión y de inequidad, en la que ha entrado el mundo
actual globalizado, que frente al impúdico lujo consumista de unos nos presenta
grandes masas de la población excluidas y marginadas (sin trabajo, sin
horizontes, sin salida).
Denunciamos –por
inveraces- las “tesis de derrame” (que afirman que todo crecimiento
económico –favorecido por la libertad de mercado- logrará por sí mismo mayor
equidad e inclusión social), que no se han visto constatadas por la realidad.
Denunciamos la
nueva “idolatría del dinero”, que niega la primacía del ser humano.
Denunciamos la “tiranía de los
mercados”, su opacidad y voracidad económica ilimitada
Denunciamos que el consumismo
de esta economía es dañino al tejido social.
El
individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita
el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que
desnaturaliza los vínculos familiares.
Se hace necesaria una razonable y adecuada organización
del trabajo, entre los distintos tipos de empleo, que los diferentes Estados
habrán de encontrar, con vistas al bien común, procurando una justa retribución
salarial, junto con garantías de unas condiciones humanas de trabajo que eviten
la alta accidentabilidad laboral que padecemos.
Instamos
a los actores políticos de nuestro país
–que han demostrado su incapacidad para el diálogo, dando lugar a la repetición
del proceso electoral- que cambien sus actitudes hacia un nuevo talante de
diálogo, como lo demanda la sociedad española, y prioricen las necesidades de
los ciudadanos, especialmente los que se encuentran en situación de mayor
vulnerabilidad social, encaminando su acción al bien común, por encima de sus
estrategias partidistas y electoralistas.
Por último, exhortamos a las organizaciones sindicales a que superen sus diferencias y sus
tentaciones de acomodación institucional como estructuras burocráticas para
servir de forma auténtica a los trabajadores, de forma que la fuerza del
trabajo tenga la necesaria defensa que se vio debilitada en la crisis y así los
sindicatos logren el rearme moral necesario para poder realizar con eficacia y
legitimidad su función social atribuida.
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