Autor: Fernando Bermúdez.
Recientemente he
visitado Ceuta y la diócesis de Tánger. Doy testimonio de lo que vi y oí. Ceuta es la frontera Norte-Sur, frontera
entre el mundo rico y el mundo pobre.
En Ceuta me encontré
con jóvenes subsaharianos procedentes de Camerún, Senegal, Ghana, Guinea
Conakri, Mali, Nigeria y algunos de Eritrea y Sudán. Huyen de la pobreza, del
hambre y de la guerra. Buscan una vida más digna en Europa. Salieron de sus
países atravesando desiertos, pasando toda clase de penurias, hambre y sed,
frío o calor, a veces perseguidos y golpeados por la policía de Marruecos, y
aun así no pierden su alegría y esperanza. La canción y el baile forman parte
de su identidad. Verdaderamente, nos dan una lección de que los problemas de la
vida no nos deben quitar la alegría y la esperanza.
Estos inmigrantes
residen en el Centro de Internamiento para Extranjeros –CETI- ubicado en la
montaña, cerca de la frontera. Son los que lograron saltar la valla o llegar a
nado a Ceuta con el propósito de pasar a la península. Sin embargo, ahí están,
no solo meses sino años en espera.
Ante la avalancha de
migrantes que huyen del hambre y de las guerras, España ha levantado en Ceuta y
Melilla una valla de acero galvanizado de 3 metros de altura, reforzada con
alambre de espino y cables cortantes, con púas encima, y su costo fue de 30
millones de euros, pagados en parte por la Unión Europea. Hay varias
vallas paralelas para controlar mejor la frontera. Existen puestos alternados
de vigilancia y caminos entre las vallas para el paso de vehículos de
vigilancia. Cables bajo el suelo conectan una red de sensores electrónicos de ruido
y movimientos. Está equipada con luces de alta intensidad, videocámaras y
equipos de visión nocturna. En la actualidad, las vallas están siendo dobladas
en altura, a 6 metros, bajo los auspicios del programa europeo de Frontex.
Los migrantes
procedentes de los países señalados, al topar con las vallas se asientan en los
bosques de las montañas cercanas a la frontera. Viven en condiciones inhumanas.
Pasan hambre y sed. Muchos se enferman. Ahí están a la espera de poder saltar
la valla o lanzarse al agua a nado o en pateras. La diócesis de Tánger, con un
sentido humanitario, evangélico, les lleva comida, agua, mantas y plásticos
para que se protejan de la lluvia, claro, a escondidas de la policía marroquí.
El pasado mes de enero
fue detenido y expulsado de Marruecos el sacerdote jesuita Esteban Velázquez,
miembro de la pastoral de Migración de la Diócesis, por ayudar a estos hermanos
que infraviven en los montes de Gurugú.
Con frecuencia, la
policía de Marruecos penetra en los bosques, como el que entra a la caza de
animales, para capturar a inmigrantes subsaharianos y a los refugiados que
huyen de las guerras. Estos corren y se esconden por doquier entre los árboles
y matorrales.
El Arzobispo de Tánger
expresaba recientemente:
“Sé que no tienen
papeles, pero tienen hambre. Sé que no están autorizados a estar donde están,
pero tienen derecho a buscarse un futuro para sí mismos y para sus familias. Sé
que las autoridades de las naciones los consideran una amenaza, aunque la
realidad es que las autoridades son una amenaza para ellos. Les llevamos
alimentos, pero con frecuencia nos avisan que la policía marroquí se los ha quitado”.
Y continúa: “¿Qué dirían ustedes de una
sociedad que persiguiese a hombres, mujeres y niños vulnerables e indefensos -a
los que leyes inicuas han hecho ilegales, irregulares, clandestinos-, los
acosase como si fuesen alimañas, los persiguiera como si fuesen criminales,
los golpease como no se permitiría hacer con los animales, y los cercase para
rendirlos por hambre? Se diría que esa sociedad se había deshumanizado,
corrompido, embrutecido, envilecido, degenerado”.
A los que son
capturados los golpean, les atan las manos y se los llevan, según recogimos
testimonios de algunos de ellos. Los suben en camiones y los conducen al
desierto, en la frontera con Argelia. Pero antes, les quitan todo lo que
tienen, dinero, móviles, incluso ropa, y los abandonan a su suerte. Algo cruel
e indigno de seres humanos. Marruecos recibe dinero de la Unión Europea para
impedir el paso de migrantes.
Aquellos que logran
saltar la valla, con frecuencia, resultan con graves heridas por las cuchillas
ubicadas en la alambrada.
Las ONG,s y otros
organismos han hecho críticas a las vallas y a los programas contra la
inmigración ilegal de la Unión Europea, el FRONTEX. Sin embargo, los intentos de saltos en las
vallas han aumentado. Los africanos no aguantan el hambre. Los que huyen de las
guerra tampoco. Buscan una vida más digna y en paz. Es por eso que tratan
desesperadamente ir hacia el norte. Porque ningún ser humano es ilegal en este
mundo. La tierra es de Dios y todos los hombres y mujeres somos sus hijos.
Ningún país puede privar a nadie de vivir con dignidad.
El 6 de febrero de
2014, alrededor de 250 subsaharianos, ante la imposibilidad de saltar la valla,
se echaron al agua del Mediterráneo con el propósito de cruzar a nado la
frontera, para llegar a la playa del Tarajal.
La tragedia
comenzó cuando la Guardia Civil
española, al verlos llegar por mar, les lanzó pelotas de goma, botes de humo y
otros materiales antidisturbios para impedir que entren en territorio español,
lo que causó pánico en los inmigrantes y provocó que 15 de ellos murieran
ahogados. Estos no son números. Son personas, con rostros concretos y cada uno
de ellos con una historia de dolor y de esperanza. Ahí terminaron sus sueños de
una vida mejor. Otros 23 fueron devueltos a las autoridades marroquíes desde la misma
playa y sin acceso a ningún procedimiento formal.
Recientemente, el
ministerio del interior ha condecorado a los guardias civiles que dispararon
para impedir la entrada de inmigrantes. Un medio de comunicación católico
calificó a estos inmigrantes de “delincuentes”. El arzobispo de Tánger dijo que
si estos guardias civiles que dispararon contra los inmigrantes negros hubieran
maltrataron a unos perros, seguro que habrían sido sancionados”. España,
Europa, ha perdido la más elemental conciencia de la dignidad humana.
La política de la
Unión Europea sobre migración es represiva. Desarrolla el libre mercado, la
libre movilidad de capitales y de mercancías, pero prohíbe la movilidad de
seres humanos. Nuestros gobiernos les impiden la entrada. Y los que logran
cruzar son encerrados en los Centros de
Internamiento para Extranjeros, verdaderos campos de concentración, prisiones
para personas que no han cometido ningún delito. Su delito es no tener papeles,
“son ilegales”. Persisten, asimismo, las “devoluciones en caliente” sin
averiguar si son refugiados.
Europa y Estados
Unidos construyen muros cada vez más altos y alambradas con cuchillas, símbolo
de la crueldad humana. Hay que defenderse de los pobres. Desde Lampadusa hasta
Ceuta y Melilla para los africanos, Grecia y Turquía para los de Oriente Medio
y el muro en la frontera México-USA para los latinoamericanos, son tragedias de
dolor y de muerte, vergüenza de la humanidad, en palabras del papa Francisco.
En el mundo hay 230 millones de inmigrantes, de los cuales 60 millones son
refugiados que huyen de las guerras. La migración es un derecho contemplado en
el art. 14 de la Declaración Universal de los DDHH. La persona está por encima
de las leyes de las naciones.
Según Amnistía
Internacional, en el año 2015 murieron ahogados en el Mediterráneo 3.711 inmigrantes y refugiados.
El sábado 6 de
febrero, segundo aniversario de la muerte de los 15 subsaharianos ahogados en
la playa del Tarajal, se celebró por la mañana una actividad en la Universidad
de Ceuta, a la que asistimos. Hubo varias ponencias de defensores de DDHH, de
Ceuta y de la península. Y por la tarde, una marcha desde la universidad hasta
la playa del Tarajal, en la frontera con Marruecos. La marcha iba presidida por
una gran pancarta que rezaba: “NINGÚN SER HUMANO ES ILEGAL”. Ocho kilómetros de
recorrido. Allí se leyó un comunicado exigiendo a las autoridades españolas un
cambio de política migratoria, que sea más humana y solidaria.
Queremos una España,
una Europa y un mundo con los brazos abiertos. Para ello, es apremiante el
cambio de las leyes de extranjería, pero sobre todo, el cambio de la conciencia
de los ciudadanos del llamado primer mundo. Necesitamos tomar conciencia de que
en la tierra todos somos humanos y hermanos.
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